Habrá pregunta más compleja que "¿por qué queremos viajar?". ¿Por qué somos turistas? en la respuesta fácil, "porque quiero salir de la rutina", posiblemente esté el núcleo de la cuestión. Pero en realidad, ni siendo turistas, escapamos de la rutina, de la rutina del turista.
Y por qué queremos escapar de la rutina, si la rutina no es mala en sí, nos estructura la vida, nos la ordena y no está en absoluto reñida con una vida lúdica y creativa, al contrario. Será que a lo mejor lo que nos mueve es escapar del desgaste de estar con nosotros mismos en un escenario más o menos acotado, pero ni viajando huimos de nosotros, aunque está la fantasía de que sí. Sin embargo, ese cambio de gradiente, esa transición entre estar en nuestro salón a estar a miles de kilómetros de allí, es interesante de verdad. Salimos de una constante, "rutina", para entrar en otra constante "itinerario turístico". Lo que realmente nos descomprime es el cambio de estado, probablemente sea ese el fin último de nuestro ansia de desplazamiento.
Dicen los antropólogos que el turismo es una forma de ordenar el mundo, otra forma de control social por la sociedad capitalista postmoderna. Debe ser así, la industria del turismo es una enorme máquina que mueve billones de euros, dólares, yenes... billones de lo que sea, y no es para despreciarla, desde luego.
El hecho de viajar nos posiciona, nos da eleva a un estatus cómodo, de desahogo económico, social y, a veces, hasta cultural.
La industria del turismo, sagaz como el zorro viejo, usa estrategias para atraer la mirada del turista. Los lugares, en sí no tienen mirada si no hay alguien que va y los mira, pero además han de ser mirados con deseo, con cierto grado de complicidad y el lugar, en cierto modo, ha de estar narcisizado. De manera que la cuestión no está en la mirada del turista, sino en llevar esa mirada hasta allí y mantenerla llena de libido, de ilusión por estar a miles de kilómetros de casa, después de decenas de horas de colas, visitas, itinerarios y trayectos. La agenda de turista casi siempre es apretada, en pocos días tiene que verificar que esa imagen del pueblo que visita era tal y como, inconscientemente, se había construido, pero además ha de volver, en cierta medida con sensación de sorpresa, de que ha descubierto algo que le hace ser distinto. No se lo ponemos fácil a la industria, no.
Pero este fenómeno tiene hasta nombres y apellidos, se llama "Staged Authenticity" (autenticidad escenificada o representada), lo acuñó el antropólogo Dean McCannell y hace referencia a las estrategias que usa la industria para prometerle al turista que mirará cosas que normalmente están ocultas al visitante, o que experimentará las cosas que experimenta el que es de allí. Nunca habíamos estado tan cerca de vivir la vida del otro, de un otro que no es yo.
¿Y por qué tenemos tanta necesidad de hacernos tantas fotos cuando viajamos?. ¿Cuántas veces hemos visto la Torre Eiffel, la de Pisa, las cataratas de Iguazú, la plaza roja como escenario de fondo de un turista sonriente en un primer plano?. Da igual que hayamos visto cientos, miles de veces la misma postal, eso no nos va a disuadir del impulso de repetirla tan pronto como tengamos la oportunidad. En el fondo, el turista no viaja para ver el lugar, sino para verse a sí mismo en ese lugar.
Y entre tanta foto, ¿cuándo acaba nuestro viaje?, desde luego que no es en el avión de vuelta. Quizás sea cuando hayamos descargado todas esas fotos en el ordenador de casa, las veamos o no, o cuando hayamos dejado de contar a unos y otros las anécdotas, comparativas y descubrimientos de ese viaje. Es entonces cuando hayamos vuelto a esta otra constante, a la rutina b, la que nos ocupa los otros 11 meses.
Y es que, como dice Enrique Vila Matas, viaje uno lo que viaje, la vida se la juega uno en el salón de su casa
Y por qué queremos escapar de la rutina, si la rutina no es mala en sí, nos estructura la vida, nos la ordena y no está en absoluto reñida con una vida lúdica y creativa, al contrario. Será que a lo mejor lo que nos mueve es escapar del desgaste de estar con nosotros mismos en un escenario más o menos acotado, pero ni viajando huimos de nosotros, aunque está la fantasía de que sí. Sin embargo, ese cambio de gradiente, esa transición entre estar en nuestro salón a estar a miles de kilómetros de allí, es interesante de verdad. Salimos de una constante, "rutina", para entrar en otra constante "itinerario turístico". Lo que realmente nos descomprime es el cambio de estado, probablemente sea ese el fin último de nuestro ansia de desplazamiento.
Dicen los antropólogos que el turismo es una forma de ordenar el mundo, otra forma de control social por la sociedad capitalista postmoderna. Debe ser así, la industria del turismo es una enorme máquina que mueve billones de euros, dólares, yenes... billones de lo que sea, y no es para despreciarla, desde luego.
El hecho de viajar nos posiciona, nos da eleva a un estatus cómodo, de desahogo económico, social y, a veces, hasta cultural.
Martin Parr |
Pero este fenómeno tiene hasta nombres y apellidos, se llama "Staged Authenticity" (autenticidad escenificada o representada), lo acuñó el antropólogo Dean McCannell y hace referencia a las estrategias que usa la industria para prometerle al turista que mirará cosas que normalmente están ocultas al visitante, o que experimentará las cosas que experimenta el que es de allí. Nunca habíamos estado tan cerca de vivir la vida del otro, de un otro que no es yo.
Martin Parr |
Y entre tanta foto, ¿cuándo acaba nuestro viaje?, desde luego que no es en el avión de vuelta. Quizás sea cuando hayamos descargado todas esas fotos en el ordenador de casa, las veamos o no, o cuando hayamos dejado de contar a unos y otros las anécdotas, comparativas y descubrimientos de ese viaje. Es entonces cuando hayamos vuelto a esta otra constante, a la rutina b, la que nos ocupa los otros 11 meses.
Y es que, como dice Enrique Vila Matas, viaje uno lo que viaje, la vida se la juega uno en el salón de su casa
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